El Santo Nombre de María

San Juan Eudes fue uno de los grandes difusores de la Fiesta del Nombre de María. De igual manera, otros santos de la Iglesia han reflexionado en torno a esta fiesta mariana que celebramos hoy, 12 de septiembre. El padre Álvaro Duarte, sacerdote Eudista de la Provincia Minuto de Dios, retomando a san Juan Eudes, nos comparte a través de la siguiente traducción, las interpretaciones del santo nombre de María, sacados por los santos Padres y otros señalados Doctores de su etimología hebrea, siríaca, griega y latina según san Juan Eudes. 

EL SANTO NOMBRE DE MARÍA

La primera interpretación del santo nombre de María es de San Ambrosio, que dice que María significa Dios nacida de mi raza (1) . Lo que da a entender que habiendo Dios nacido de la nobilísima raza de María, hija de Joaquín y Ana, hay en esta raza real una Madre de Dios. Esta Madre no puede ser otra que esta bienaventurada María, porque la Madre de Dios debe ser virgen: Sabed que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo (2) ; y esta divina Madre es virgen y la Reina de las vírgenes, y la primera que hizo voto de virginidad, por lo que Dios sea eternamente alabado y glorificado.

La segunda interpretación es de San Jerónimo (3), de San Atanasio (4) , de San Anselmo (5) , y de otros varios que nos enseñan que María quiere decir: Señora del mar; lo que señala el gran poder de la bienaventurada Virgen. "El Hijo y la Madre no tienen sino un mismo" poder, dice Ricardo de San Lorenzo. Siendo el Hijo todopoderoso, hace a la Madre todopoderosa.

María, es verdaderamente nuestra María, es decir, sed nuestra Señora soberana y absoluta: Domina tú en medio de tus enemigos (6) . Establece tu dominio en medio de nuestras almas, a pesar de todos tus enemigos, que son nuestra propia voluntad, nuestro amor propio, nuestro propio juicio y todas nuestras pasiones desarregladas. Sé la Reina de nuestros corazones, para guiarlos y regirlos en todas las cosas, según la voluntad de vuestro Hijo.

La tercera interpretación es de San Efrén (7) , San Epifanio (8), de Santo Tomás (9)(S), quienes nos enseñan que María quiere decir: Iluminada, iluminadora. 

¡María, sé María, sé nuestro sol, esclarece nuestras tinieblas. No permitas que nos durmamos en la muerte del pecado, sino haced que conozcamos su horror para odiarlo y huir de él, que conozcamos a Dios para temerle y amarle, que conozcamos el mundo para despreciarlo, y que nos conozcamos a nosotros mismos para humillarnos.

La cuarta interpretación es de los mismos Santos Efrén, Epifanio, y otros que acabo de alegar y dicen que María y luz de Dios es una misma cosa.

 ¡María, luz de Dios, luz que eres una excelentísima participación de la luz esencial, luz que sois la Madre de la Luz eterna, se la luz de nuestras almas y ten compasión de tanto miserable ciego que se precipita en las tinieblas horribles del pecado y del infierno.

La quinta interpretación es del santo Abad de Celles, en la diócesis de Lisieux, en Normandía, que por humildad se llamó “el Idiota”, y cuyo nombre verdadero es Raimundo Jourdain, el cual, dice que María significa Doctora, Maestra del mar, del pueblo (10) , la que Dios puso en el mundo para enseñar a los hombres, para ser la maestra de los pueblos, designados por las aguas del mar "Maestra de las gentes", dice San Agustín (11), a fin de enseñarles la ciencia de los santos, la ciencia de la salvación y la doctrina del cielo, no sólo con su ejemplo sino también con sus palabras; lo que ella realizó con los mismos apóstoles, después de la Ascensión de su Hijo. Por esta razón es llamada por San Agustín y por San Crisóstomo la Maestra de la piedad y de la verdad (12); y por el devoto Abad Ruperto la Maestra de la religión y de la fe (13), y la Maestra de las maestras (14); y por el piadoso Abad Blosio, la Maestra de los evangelistas (15); y por San Gregorio Magno, la Maestra de todos los Doctores (16); y por Ricardo de San Lorenzo, la Boca de la Iglesia; y por toda la Iglesia, "la Reina de los apóstoles y la Reina de los evangelistas".

¡Divina Maestra, dichosos los que estudian en tu escuela! ¡Sea yo del número de tus discípulos y aprenda a tus pies la filosofía de los hijos de Dios y la teología del paraíso!

La sexta interpretación es de un excelente autor llamado Angelus Caninius que nos asegura que María quiere decir: Exaltada, eminente, sublime, excelsa, lo que expresa la altura increíble de su dignidad, de su santidad, de su poder y de su gloria, que es tan alta que nada hay por encima de ella sino sólo Dios; y que todo lo que no es Dios está casi infinitamente debajo de ella. ¡Gracias infinitas y eternas sean dadas al que la hizo tan grande y tan admirable!

La séptima interpretación es del R.P. Adrianus Lyracus, de la Compañía de Jesús, que compuso un excelente libro cobre el santo nombre de María titulado: Trisagion Marianum, donde nos enseña que María, según la etimología hebrea, no sólo significa sublime, excelsa sino que quiere decir también gota de agua del mar, lo que designa su profundísima humildad. 

Y ciertamente estas dos cosas se conciertan muy bien; porque tu humildad, Reina del cielo, es la que te elevó a la dignidad suprema de Madre de Dios. Tú eres vista y tratada como la última de todas las criaturas, y Dios, que ensalza a los que se humillan, te ha dado el primer lugar de su imperio. Te has abatido por debajo de todas las cosas, y él te ha levantado por encima de todas las puras criaturas.  ¡Humildísima Virgen, haznos partícipes de tu humildad; haz que detestemos el orgullo y la vanidad, y que amemos la humillación en todo lugar, en todo tiempo, y en todas las cosas, según este divino mandato: Debes humillarte en todas las cosas (17); no para luego ser ensalzado y glorificado, sino para que Dios sea ensalzado y glorificado en nosotros. Porque Dios humilla a quien se ensalza y ensalza a quien se humilla.

La octava interpretación es de Rutilius Benzonius, que fue obispo de Loreto, y de otros varios que nos declaran que María significa Imitadora de Dios (18) por excelencia; porque no se ha visto ni se verá nunca criatura alguna que haya imitado a Dios tan perfectamente en sus adorables perfecciones como nuestra incomparable María. Por esto dice el Crisóstomo que es un abismo de las inmensas perfecciones de Dios (19), y San Andrés Cretense que es un compendio de las incomprensibles perfecciones de Dios (20).

¡Divina Madre mía, deseo de todo corazón llevar en mí la imagen de tus raras virtudes por medio de una cuidadosa imitación, como tú llevas la imagen de las perfecciones de tu Padre celestial!

La novena interpretación es de Canisio, de la Compañía de Jesús (21), y de otros autores que aseguran que María significa: Lluvia tempestiva del mar (22), es decir, lluvia que viene en tiempo oportuno para cada estación; lo que nos hace ver que la sagrada Virgen es nuestro consuelo en las aflicciones de este destierro, entre los peligros del mar borrascoso de este mundo. Porque es como una dulce lluvia que templa los ardores del fuego de la tribulación, y que suaviza en el tiempo y manera convenientes las amarguras de las miserias de este valle de lágrimas, y que regando la tierra de nuestros corazones, la hace fértil y abundante en flores y en frutos de buenos deseos y santas obras.

¡Santa y sagrada lluvia, ven a derramarte en nuestras almas y en nuestros corazones; apaga en nosotros todo otro fuego que no sea el que nuestro Salvador vino a encender en la tierra, y ahógalo en los torrentes sagrados de tus divinas aguas.

La décima interpretación del nombre de María es de San Pedro Crisólogo (23), que nos enseña que  María quiere decir mar o mares, lo que da a entender que así como Dios juntó todas las aguas en un lugar, llamándolas mares, así puso todas sus gracias en la bienaventurada Virgen, llamándola María (María), para darnos a conocer que es un océano y un abismo de gracias. Abismo de gracias, dice San Juan Damasceno (24); mar inmenso de misericordias, dice San Crisólogo (25), en el cual quedó ahogado el verdadero Faraón, como se canta en los himnos griegos.

¡Mar inmenso, ¿quién hará que tus aguas se desborden por toda la tierra para formar un segundo diluvio en el que se hundan todos los faraones de que ella se encuentra hoy libre? ¡Quién me diera que quedara yo sumergido en tus abismos, no como un Faraón, sino como una gótica de agua que se pierda con Vos en el mar del divino amor, y que jamás se encuentre en ella misma!

La undécima interpretación es de San Juan Damasceno (26)  y de Alberto Magno (27), que nos enseñan que María significa: mar amargo. ¿Por qué esta preciosa Niña, que es un océano de dulzura y de benignidad, es llamada mar amargo? Para representarnos, en primer lugar que ella fue sumergida en un mar de hiel y de amarguras en el tiempo de la pasión de su Hijo: Grande es como el mar tu tribulación(28). En segundo lugar, para indicarnos que estando llena de misericordia para con los hombres, está para con los demonios llena de rigor y de amargura. "Como el mar Rojo, dice San Buenaventura, fue amarguísimo y muy formidable para los Egipcios, que, en él quedaron hundidos, así María está llena de amargura y terror para con los demonios" (29). Porque la piadosa y humilde invocación del santo nombre de María descubre sus celadas y sus trampas, disipa sus tentaciones, rompe las cadenas de las almas a quienes tenían cautivas, y les arranca de sus garras. En una palabra, la pronunciación del solo nombre de María hace temblar a todo el infierno y pone en fuga y derrota a todos los poderes del averno: Terrible como un ejército formado en batalla (30).

¡Ah, qué cobardes somos, qué culpables, si nos dejamos vencer de estos crueles enemigos de nuestras almas, que por un lado son ellos muy débiles y por otro, nos da Dios armas tan poderosas para combatirlos. Ten siempre el sacrosanto nombre de María en el corazón, y frecuentemente en los labios, y serás más temible a todo el infierno que un ejército bien ordenado y aguerrido a un pequeño grupo de débiles enemigos.

La duodécima interpretación es de San Jerónimo (31)  y de San Epifanio (32), que nos participan que María quiere decir: Mirra del mar. Y esto ¿qué significa? ¿Qué es la mirra del mar? Dicen muchos célebres autores que es una piedra preciosa que se encuentra en el mar, y que se llama «mirra» porque tiene el olor de la mirra, haciéndose antiguamente con ella tazas y copas de mayor precio que las de oro. ¿Qué es lo que esto nos representa en nuestra admirable Madre sino la preciosísima copa del gran Rey en la que ella le presentó el néctar delicioso compuesto del vino de su amor y de su caridad y de la miel de su dulzura y de su humildad; en la que le dejó santamente embriagado, hasta tal punto que, olvidando todas las grandezas de su divinidad, se sumergió en las abyecciones y miserias de nuestra humanidad, para sacar de ella a los que eran sus enemigos, levantándoles hasta el trono de su divina Majestad?

¿Qué has hecho, María? ¿Qué obligaciones ha contraído para contigo todo el género humano? ¿Qué alabanzas deberá darte? ¿Qué acciones de gracias podré darte que sean dignas de tal beneficio? ¿No me atreveré a suplicarte, divina Madre, que me des un poco de este precioso vino con el que has embriagado a mi Redentor, para que estando como Él, embriagado por su amor, me olvide enteramente de mí mismo, como él por mi amor, se olvida de sí mismo, para que no piense sino en mi Jesús, no ame más que a mi Jesús y no viva sino para servir y honrar a mi adorable Jesús y a mi amabilísima María?

La décima tercera interpretación es de los Padres Canisio (33)  y Salazar (34) , de la Compañía de Jesús, quienes nos aseguran que María se interpreta: arquera del mar, (jaculatrix maris) la que lanza dardos y arroja flechas sobre el mar; lo que muy bien dice con la santísima Madre de Dios. Porque es una generosa guerrera, es la generala de los ejércitos de Dios, que incesantemente combate, en el mar del mundo, armada de dardos y flechas que lanza y dispara continuamente contra el pecado, contra las herejías, contra los demonios y contra todos los enemigos de Dios.

¡Arquera poderosa, dispara las flechas de tu indignación contra todos los enemigos de nuestra salvación, contra ese ejército innumerable de dragones infernales de que está llena la tierra y que tantas almas rescatadas con la preciosa sangre de vuestro Hijo arrebatan. Lanza a nuestros corazones tus dardos, para matar en ellos el amor del mundo, y el amor desordenado de nosotros mismos. ¡Arquera divina, oigo al Rey del cielo que se queja amorosamente de ti, diciendo: Heriste mi corazón, hermana mía, Esposa amada, heriste mi corazón (35), o según otra versión: Disparaste tus flechas a mi corazón (36) (4). ¡Por favor, Madre, puesto que no perdonaste al corazón del Padre, no perdones al del hijo! Vuelve, vuelve tus flechas hacia mi corazón, traspásalo con los dardos encendidos de tu divino amor, para que muriendo enteramente a todo lo creado, y no viviendo sino para mi Dios, en los desfallecimientos de su santo amor grite continuamente a todos los habitantes de la santa Jerusalén: ¡Ah, ah!, digan a mi amadísimo Jesús y a mi amabilísima María que desfallezco de amor por ellos (37).

La décima cuarta interpretación es de San Epifanio (38), que asegura que María significa esperanza del mar, la esperanza de los que navegan por el mar borrascoso de este mundo. Lo cual está conforme con lo que el Espíritu Santo le hace decir de ella misma en estos términos: Yo soy la Madre de la santa esperanza; en mí está toda esperanza de vida y de virtud (39).

Tampoco San Agustín teme decirle que ella es, después de Dios, la única esperanza de los Pecadores  (40). Y San Efrén nos declara que ella es hasta la única esperanza de los desesperados, y el más poderoso socorro de cuantos imploran su ayuda (41)(5), «Hijitos míos, dice San Bernardo, aquí está la escala de los pecadores para subir al cielo; aquí mi grandísima confianza; aquí toda la razón de mi esperanza» (42)(6). 

¡Benignísima Virgen, dichosos los que viven en una entera desconfianza de ellos mismos, y han puesto toda su confianza en ti, después de Dios; porque siendo tú poderosísima, sapientísima y buenísima, puedes, sabes y quieres socorrer y favorecer tan oportuna y eficazmente a los que a ti se dirigen con una confianza filial, que jamás se ha visto confundido en su esperanza.

La décima-quinta interpretación es de San Jerónimo (43), de San Bernardo (44), y de muchos otros que dicen que María significa estrella del mar. Porque Dios nos ha dado esta divina estrella para iluminarnos entre las nubes tenebrosas del mar de este mundo, y para guiarnos entre los innumerables peligros que en él se encuentran, al puerto deseable de la eterna salvación. Es una estrella tan resplandeciente, dice San Pedro Damián que, como el sol en cuanto aparece en el horizonte apaga todas las demás antorchas del cielo, así el resplandor maravilloso de la santidad y de la gloria de María de tal modo eclipsa a todo lo más brillante de los ángeles y Santos, que están delante de ella como si no existieran.

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Es una estrella que es la Hija y la Madre del Sol eterno; es una estrella nacida de un sol y que ha dado a luz un sol. ¡Ay, ¿qué haríamos nosotros sin esta estrella entre tantas tempestades, escollos, precipicios, piratas, monstruos, peligros y tinieblas, de que está lleno el mar del mundo sobre el que navegamos?! «Quiten el sol del cielo, dice San Buenaventura, ¿qué será del mundo? Quiten a María, que es el lucero de la noche oscurísima de esta miserable vida, ¿qué nos sucederá? ¿Dónde nos encontraremos sino en la sombra de la muerte y entre espesísimas tinieblas? «Por consiguiente, dice San Bernardo, los que fluctúan en medio de las tempestades del mar del siglo presente, tengan siempre los ojos fijos en esta estrella. Si los vientos de las tentaciones se levantan contra ti, si te encuentras entre escollos de tribulaciones, mira tu estrella, invoca a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición, de la envidia, de la detracción, mira tu estrella, invoca a María. Si la cólera o la avaricia, o la pasión de la carne te ponen en peligro de naufragar, fija tus ojos en María. Si el horror de tus crímenes, el desorden de tu conciencia, el terror de los juicios de Dios comienza a lanzarte por el despeñadero de la desesperación y de la tristeza, vuelve tus pensamientos a María. En todos tus peligros, en todas tus angustias, piensa en María, invoca a María. Que María esté siempre en tu corazón y en tu boca, para que consigáis el favor de sus oraciones.

La décima-sexta interpretación es del mismo Lireus, que antes he citado, que nos enseña que María, según la etimología griega, quiere decir: Acueducto, conforme a estas palabras que el Espíritu Santo hace decir a su divina Esposa: Como un acueducto salí del paraíso (45); palabras que se atribuyen por San Bernardo a la madre de gracia de esta manera: Jesús está en la Iglesia como la primera fuente de gracia; la bienaventurada Virgen está en ella como el canal de las gracias que se dan a los fieles. Todos los Santos son arroyos que contienen cada uno su porción de la misma gracia. Todas las gracias están en la fuente como en su primer origen. También se encuentran en los arroyos que participan de ellas según la distinta capacidad; mas están enteramente y sin reservas en el canal que las recibe de la fuente para comunicarlas diversamente a los arroyos, y de tal manera, que absolutamente nada de ellas se pierde en el canal, sino que las conserva en sí completamente, como la antorcha que, aunque dé parte de su luz, la conserva toda para ella.

«Es un decreto formulado en el consejo de la divina Majestad, dice San Bernardo (46), que no concederá su bondad gracia alguna a nadie que no pase por manos de María». ¿Por qué, Dios mío, lo has querido así? ¿Quién te ha inducido a dar este decreto? Tu amor a esta amabilísima Virgen y a nosotros: Tu amor a ella, para obligar a todos los hombres a reconocerla y honrarla como a la fuente de su salvación después de Dios; tu caridad para con nosotros, para darnos por este medio acceso fácil a la primera fuente de nuestra eterna felicidad, por todo lo cual seas eternamente alabado y glorificado.

La décima-séptima y última interpretación es de Teodoro, por sobrenombre “el nuevo Confesor”, que saluda a la santa Virgen de esta manera: «Ave María», como quien dice María por la abundancia innumerable de tus encomios y alabanzas; porque esta palabra griega, tan parecida a vuestro nombre, que significa diez mil, nos indica el número innumerable de vuestras maravillas. Porque, por más que se digan y no cesen de decirse, añade este santo autor, todas las perfecciones y alabanzas imaginables jamás se os podrá alabar dignamente.

San JUAN EUDES, La infancia admirable de la Santa Madre de Dios, O.C. V, 208-212.

Referencias:
  1. De inst. Virg. e. 5.
  2.  Is. 7-14.
  3.  In ev. de San Deip.
  4.  De nom. Hebr
  5.  De exc. Virg. e. 9.
  6.  Sal. 109, 2.
  7.  De laud Virg.
  8.  De laud Virg.
  9.  Opuse. 8.
  10.  De contr. Virg. cap. 5.
  11.  Serm 6 de Temp.
  12.  In Hor. ani.
  13.  In Cant. lib. 5.
  14.  lb. lib. 4.
  15.  In 1. prec.
  16.  Homili in ev.
  17.  Eccli 3-20.
  18.  Sup. Magn. C. 22
  19.  In Hor ani.
  20.  De Assumpt.
  21.  S. Pedro Canisio. N. del T.
  22.  Lib. 1 e. 1.
  23.  Ser. 146
  24.  Orat. 2 de Ass.
  25.  In Hor Ani.
  26.  Hymn. graec.
  27.   En cap. 1. Luc.
  28.   Thren. 11-13.
  29.   In spec. V. B. lee. 3.
  30.   Cant. 6-9.
  31.   De nom. hebr.
  32.   De laud. Virg.
  33.   1 de Virg.
  34.   In cant.
  35.   Cant. 4-9.
  36.   Sagitasti cor meum.
  37.   Cant. 5-8.
  38.   De laud Virg.
  39.   Eccl. 24-24.
  40.   Sermo 18 de S.S.
  41.   Orat. ad Virg.
  42.   De Nat. Virg.
  43.   In Ps. 118.
  44.   Serm. de Assumpt.
  45.   Sap. 11-25.
  46.   Sap. 11, 25.

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